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¿Cuándo y con quién fuiste a hacer este voluntariado?
Éramos un grupo de 6 amigos del colegio, que decidimos hacer un voluntariado en Goba (Etiopía).Fuimos del 3 de julio hasta el 27 del mismo mes.

 

¿De dónde salió la idea de emprender este viaje?
De dos de mis amigos, Miquel y Nacho. Los demás nos interesamos y nos unimos.Al principio yo dije que no, porque solo teníamos medio año para organizarlo y me parecía poco tiempo. Pero en el fondo sabía que era ahora o nunca, así que en el último momento cambié de opinión y me uní al equipo.
¿Contactasteis con alguna ONG o Institución para ver dónde se os necesitaba?
Sí, con la Orden de las Hermanas de la Madre Teresa de Calcuta de Sabadell y les expusimos el caso. Ellas nos atendieron al instante y nos recomendaron hacer el voluntariado en Etiopía, porque tienen bastantes recursos allí. Nos facilitaron un número de teléfono de la casa de Addis Abeba y el nombre de la persona que se encarga de organizar los voluntariados. A partir de allí fue cuestión de ir llamando a la casa de Addis, hasta que logramos llegar a un acuerdo.
¿Qué tipo de ayuda brindaste?
Lo curioso fue que no sabíamos con certeza qué labores nos tocaría desempeñar una vez llegáramos a Goba. Cuando llegamos nos encontramos que la casa era un recinto donde tenían acogidas a unas 150 personas, de todas las edades (en su mayoría niños), que sufrían algún tipo de discapacidad física o mental. Había muchos paralíticos en sillas de ruedas, lisiados, epilépticos, síndrome de Down, tetrapléjicos y gente que padecía otras demencias. Todos ellos vivían bajo un mismo techo, al cuidado de las Hermanas.Nuestro trabajo consistió principalmente en estar con ellos, jugar, distraerles, dar de comer a los que no podían valerse por sí mismos, etc. Otras labores que hicimos fueron: limpiar, preparar la comida, hacer arreglos y ayudar en lo que hiciera falta para sacar adelante el “compound” (así llamábamos al recinto).
Entonces,¿ no teníais un oficio fijo?
Exacto, ayudábamos donde hiciera falta.Otras veces, por ejemplo, acompañábamos a las Hermanas a hacer labores fuera del campamento, como ir a comprar al pueblo o asistencia sanitaria a gente que no se valía por si misma para desplazarse hasta el compound.
¿Erais los únicos voluntarios del recinto?
No, durante nuestra última semana de estancia allí, llegaron voluntarios de Madrid que ya habían estado en Goba otras veces. Eso nos dio un poco más de juego, porque traían cosas para jugar, abrieron unas aulas donde habían lápices de colores y juguetes, etc. Yo tuve la suerte de que me dieran permiso para ayudar en la sala de fisioterapia, en la cual hacían rehabilitación a los niños paralíticos. Me enseñaron como debía hacer el masaje para ejercitar los músculos atrofiados de las piernas o la espalda, como debía flexionar las articulaciones, etc. Eso, unido a las labores de enfermería y podología que hicimos con Jaime, un voluntario de Madrid, hicieron que nuestra estancia allí fuera algo inolvidable.
¿Algo del lugar que te llamara la atención?
Si hay algo que distingue al pueblo etíope es, sin duda, la hospitalidad. Por ejemplo, el primer día que llegamos a la casa de Goba, no habíamos ni cruzado la puerta y una mujer me abordó y no paró de suplicar e insistir hasta que consiguió que yo aceptara su invitación de ir a hacer un “coffe ceremony” a su casa al día siguiente. Allí conocí a personas que consiguen removerte el alma. Las cuatro Hermanas que llevaban el campamento, Fr. Angelo y Fr. Markos, dos sacerdotes fuera de serie, muchos de los trabajadores del compound y a tantas otras personas que conocimos allí. Me siento muy afortunado de haber podido conocer y tratar con todos ellos durante ese tiempo, que se me hizo corto.
¿Tienes alguna anécdota peculiar?
Recuerdo un día que salimos de excursión en un Jeep con las Hermanas. Estábamos atravesando un bosque muy denso por un camino unidireccional embarrado y lleno de baches. De pronto, el conductor frenó en seco, impulsándonos a todos hacia delante. Enfrente de nosotros, a unos cincuenta metros, había tres leones tumbados en la carretera. Nosotros creíamos que dentro del Jeep estábamos a salvo, pero las Hermanas se ocuparon de desengañarnos muy rápido. Estábamos todos quietos y callados dentro del coche, rogando que no nos hubieran oído. Fue un momento delicado, especialmente cuando una leona se empezó a acercar hacia el coche. No hace falta decir que allí se terminó la excursión, y tuvimos que retroceder a toda prisa, antes de que la cosa se pusiera más fea de lo que ya estaba.

los días con una sonrisa y sin pedir nada a cambio.

XAVI XIPELL

Voluntario en Etiopía

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