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¿Dónde te fuiste de voluntariado?

Fui a Albania por segunda vez, ya que el verano pasado hice allí el mismo voluntariado, aunque este año fue un poco distinto. Estuve del  7 al 26 de julio.

¿Con qué ONG?

No era una ONG, sino una institución religiosa. Se trata del IVE: Instituto del Verbo Encarnado. Una Hermandad de religiosos y religiosas que se dedican al servicio a los demás. Tienen casas por todo el mundo: Argentina, España, Italia, África, Estados Unidos, Israel…

Si es tu segunda vez, ¿qué cosas han sido iguales y qué cosas han cambiado?

El año pasado fui con dos amigas del colegio: Blanca y Elena. Este año se unió Irene, cautivada por nuestra experiencia anterior.Al igual que en 2012, estuvimos en los mismos pueblos donde hay dos centros de ayuda.El primero es un internado para niñas de 6 a 18 años de edad, al que las monjas llaman “convicto”. Allí alojan a chicas que por distintas causas no pueden estudiar en sus hogares (larga distancia entre su casa y la escuela, falta de dinero, orfandad...). Durante las vacaciones, vuelven al convicto para disfrutar del campamento que dura 15 días o menos y está organizado por las Hermanas. Nuestra función ambos años ha sido ser monitoras y organizar juegos, cocinar, montar cabañas, etcétera. En la segunda casa viven  discapacitadas de todas las edades. Aquí ya estuvimos también, lo que cambió fue nuestra función. El año pasado vivíamos únicamente con tres monjas y  15 enfermas, y las acompañábamos en el día a día: dándoles de comer, paseando con ellas, organizando juegos…Sin embargo, este año estuvimos para “El campo de discapacitados” que hacen cada verano. Se trata de unas convivencias que duran tres semanas para enfermos y enfermas, tanto residentes como  de fuera. En total, vinieron unos 23. Por eso, se habilita toda la casa para la ocasión y vienen voluntarios de varios países: albaneses, italianos, argentinos y españoles.

¿En qué consistía tu labor durante el campamento?

A cada voluntario le correspondía cuidar de uno o dos enfermos concretamente. Debíamos ducharlos, vestirlos, darles de comer, seguirles en las distintas actividades y acotarlos.Además, todos los monitores se dividían en tres grupos. Cada grupo debía realizar durante el día un encargo: servicio, limpieza o animación.

Servicio consistía en preparar las mesas para desayuno, comida y cena, retirarlas y fregar. Limpieza, en fregar y limpiar la casa: desde las habitaciones hasta las salas de juegos.Animación se trataba de organizar juegos de ocio, tanto por la mañana como por la tarde. Era muy importante, ya que significaba preparar las actividades del día.Obviamente contábamos con la ayuda de las hermanas (habían 10) y por suerte cocinar no nos tocaba.

¿Qué te pareció la experiencia?

El campamento de niñas me pareció más aburrido que el anterior, aunque esta vez conocí a nuevas personas increíbles y me encantó volver a ver a las niñas y monjas que ya conocía.

En cuanto al campo de discapacitados, las primeras semanas fueron muy duras. Echaba de menos mi casa y las comodidades. Me costó mucho acostumbrarme a las bajas condiciones de vida que teníamos: un colchón viejo, falta de limpieza en la habitación, una ducha que funcionaba mal…

También era duro nuestro horario. Nos levantábamos muy pronto y nos acostábamos tarde. Durante el día desempeñábamos muchas funciones y yo tenía la sensación de que no llegaba a todo.

Además en mi grupo no iba con ninguna de las españolas y no entendía a los albaneses.

Me cansaba mucho y solía estar de mal humor, ya que estaba encargada de dos enfermitas y no era fácil. Una tenía seis años pero aparentaba 4. Tenía autismo y le daban unas rabietas muy fuertes. No sabía hablar y tenía que tratarla como a un bebé. Además tenía mucha fuerza y en ocasiones me hacía daño.

En cuanto a la segunda, era ya mayor y tenía 30 años. Era bastante espabilada y sabía hacer casi todo sola, lo cual fue un alivio. Lo que más me costaba era ducharla.

¿Todo fue malo, entonces?

En absoluto, ha sido la mejor experiencia de mi vida.

Gracias a las dificultades domésticas, aprendí a ser menos materialista. No me preocupaba por mi imagen. Aprendí a tomarme con buen humor el asunto de las duchas y los baños. También me enseñó a ser agradecida con tantas cosas que tengo en casa y nunca antes había considerado.

El tener tanto trabajo con los enfermos, me ayudó a dejar de pensar en mí para volcarme en ellos. De ese modo, les cogí cariño y aprendí a tratarlos.

El hecho de estar separada de mis amigas, me hizo conocer a los demás voluntarios y aprender algo del idioma. Con sorpresa vi lo rápido que me acogieron y lo bien que me trataban. A pesar de que nos comunicábamos más con signos que otra cosa, llegué a forjar muy buenas amistades.

Mis tres compañeras me ayudaron mucho con mis enfermas, y eso hacía la tarea menos pesada. Con el paso del tiempo dejó de darme impresión duchar a la mayor, hasta tal punto que no me importaba. Aprendí a dominar a la pequeña y le enseñé a ser menos caprichosa. Me costaba menos entenderla y conseguí que me obedeciera. También creó en mí un gran aprecio, ya que al fín y al cabo era una niña pequeña que no tenía padres y estaba necesitada de cariño.

Pero, lo que más me ayudó a cambiar mi actitud frente al trabajo fue Dios. En una meditación, la hermana Kalwaria habló del servicio. Explicó que debíamos ver con ojos divinos a aquellos enfermos, debíamos imaginarnos que era Jesús. De ese modo, comprendí que aquellas personas me acercaban a Él y que necesitaba la fuerza del cielo para conseguir resultados. No bastaba con mi fuerza física, necesitaba la ayuda de Dios para hacer bien el voluntariado y me hice humilde al reconocer que sola no podía.

A la larga, me di cuenta de que ellos eran los que me ayudaban a mí.

¿Lo que más te impresionó?

Que las monjas den su vida entera al servicio de los demás, que a pesar de lo costoso que es, lo hacen todos los días con una sonrisa y sin pedir nada a cambio.

LUCÍA SCHMIDT   Voluntaria en Albania

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